16/6/11

Homilía del Obispo de Plasencia en la fiesta de Pentecostés, misa transmitida por la 2 de TVE








Miajadas, diócesis de Plasencia, solemnidad de Pentecostés, misa de la 2 de TVE, domingo 12 de junio de 2011, Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, homilía pronunciada por el obispo de Plasencia, monseñor Amadeo Rodríguez Magro

Mi saludo a los sacerdotes concelebrantes: a los párrocos locales, Enrique y Agustín; un saludo especialmente acogedor para los consiliarios nacionales y regionales de Acción Católica que nos acompañan; mi saludo para cuantos participáis en esta celebración en el templo parroquial de Santiago; y con especial afecto saludo a todos los que os sumáis desde la 2 de Televisión Española en vuestras casas a esta celebración de la Eucaristía: a los mayores, a los enfermos y a los discapacitados.

Como les han informado, estamos en Miajadas, una población de Extremadura, en la que el Señor se ha mostrado generoso con una tierra fértil, bañada por los canales que traen el agua desde uno de nuestros ríos mayores, y que hombres y mujeres trabajan con esfuerzo y responsabilidad. Los productos del campo son el recurso principal de su bienestar y la aportación que los pueblos de las Vegas Altas del Guadiana hacen a la sociedad. A nadie se le oculta que lo rural en nuestro mundo es un modo de ser y de vivir y, sobre todo, que es una fuente de dignidad y de valores; pues bien, la Iglesia, como amiga del hombre, está presente en este ambiente con una misión cercana a sus necesidades.

Pentecostés en la Palabra de Dios

Desde Miajadas celebramos con toda la Iglesia el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo. En la escucha de la Palabra de Dios hemos recordado, en tres versiones distintas, lo que sucedió en Pentecostés. En el Evangelio según San Juan, Jesús, soplando sobre sus apóstoles, les entrega el Espíritu Santo desde la intimidad misma de su corazón. Los reunidos en el cenáculo, incluida María la Madre del Señor y ya madre de la Iglesia, reciben al que es el Amor mismo de Dios, para ser testigos de reconciliación entre los hombres. “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. El Libro de los Hechos de los Apóstoles ha contado el acontecimiento con unos tonos más espectaculares: el Espíritu Santo viene en forma de lenguas como llamaradas y como viento que sopla fuertemente. Y eso produce unos efectos inmediatos: desde la unidad de la Iglesia apostólica, constituida y reunida en el cenáculo, la Palabra de Dios se extiende y cunde por el poder del Espíritu, y lo hace superando la gran barrera de la diversidad de lenguas y rompiendo todas las fronteras. En un Pentecostés, más próximo al que nosotros experimentamos cada día, cuenta la primera carta de San Pablo a los Corintios que el Espíritu es quien anima, fortalece y guía la vida de la Iglesia. Es el animador de la fe y es el coordinador en la unidad, a partir de la diversidad que Él mismo va cultivando entre los que forman un solo cuerpo, porque “han bebido de un solo Espíritu”.

Pentecostés en la misión de la Iglesia

Así fue Pentecostés. Y hoy celebramos su vigencia; pues no sucede nada en la Iglesia del Señor que no se realice bajo la acción del Espíritu Santo. Lo más intimo, lo que tiene lugar en el corazón de los hombres y mujeres, como la confesión de fe, la oración, la fraternidad o la caridad, y lo que se hace en la diversidad y riqueza de la misión comunitaria de la Iglesia, todo recibe su eficacia del Espíritu Santo. Él es el animador de la verdad, de la libertad, de la fuerza y de la audacia apostólica, de la fortaleza martirial y hasta de la indignación cuando la injusticia o la mentira lo requieran.

Pero su primera y principal tarea consiste en consolidar en los cristianos la filiación divina y el arraigo de su vida en Cristo. Sólo una vez hecho ese trabajo interior, el Espíritu abre a los creyentes a la misión. El Espíritu primero hace discípulos y luego misioneros. Por eso se nos dice que la nueva evangelización, a la que llama hoy la Iglesia a todos los católicos, es fundamentalmente un gran movimiento espiritual. Sólo desde una revolución interior, que únicamente el Espíritu puede promover, es posible la novedad, el coraje, la entrega, la audacia, la intuición y la creatividad en el anuncio del Evangelio.

No es necesario recordar que el Espíritu cuenta con todos los miembros del Pueblo de Dios para esta renovación misionera. Todos, de manera coordinada y sin confusión, somos necesarios: sacerdotes, consagrados y laicos. Pero es obligado reconocer que la acción de los laicos en la Nueva Evangelización es imprescindible. De ahí que la Conferencia Episcopal Española haya establecido que este día de Pentecostés, en el que se celebra el comienzo de la misión de la Iglesia, sea también el día de la Acción Católica y del Apostolado seglar.

Pentecostés en el mundo

Pentecostés, en efecto, sitúa el apostolado seglar en la unidad de la misión de la Iglesia y recuerda, además, que la misión de los laicos se caracteriza, ante todo, por ser Iglesia en el mundo. Los laicos sois la Iglesia que se hace presente en todos los ámbitos de la sociedad, sin que haya ninguno ajeno a vuestra influencia. Vosotros, individualmente o asociados en grupos o movimientos, llegáis a todos los rincones en vuestra experiencia vital, y por eso, entre los miembros de la Iglesia, tenéis más posibilidades que nadie de llevar a Jesucristo a vuestros ambientes. Los laicos, en efecto, transitáis con toda naturalidad por los “patios de los gentiles”, en los que cada día hay que dialogar y confrontar, unas veces siendo escuchados y otras muchas rechazados. Pues bien, cuando estéis en vuestros ambientes recordad que en ellos “os corresponde testificar que la fe cristiana constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad” (Ch L 30).

Al adentraros en el corazón del mundo, habréis de hacerlo siempre desde la confianza en el Espíritu, que os ha consagrado para la misión por el Bautismo y la Confirmación. Él os enseñará a conocer y a amar al mundo con una mirada enriquecida por la fuerza profética y transformadora del Evangelio. Permitidme que os advierta que estar el mundo sin el Espíritu puede constituir una gran trampa que os atrape en su lógica, como a veces, por desgracia, suele ocurrir. Si no vamos a él bien arraigados en Cristo, la vida del militante se puede inclinar peligrosamente hacia las ideas, los métodos y los criterios de la sociedad; esos que tratan de relativizar y secularizar todos los ámbitos de la vida. Hoy más que nunca es necesaria la coherencia. Como acaba de recordar el Papa Benedicto XVI en Croacia, citando al Beato Cardenal Stepinac: “O somos católicos o no lo somos. Si lo somos se ha de manifestar en todos los ámbitos de la vida”.

Pentecostés en la misión de los laicos

En la diversidad de formas del apostolado seglar, la Iglesia española nos invita también hoy a mirar con predilección hacia la Acción Católica. Muchos hombres y mujeres, también jóvenes y niños, saben, por experiencia propia, que ser Acción Católica es vivir una vocación específica que consagra a los seglares para asumir en medio del mundo la misión común de la Iglesia. Lo hacen asociados y siempre muy unidos al ministerio de los pastores. Los militantes de Acción Católica, en cualquiera de los ambientes en los que se mueven, ejercen en el seno de la Iglesia madre, a la que aman y respetan, una verdadera ministerialidad (Ad gentes, 15). La jerarquía de la Iglesia, con la que colaboran, los envía a campos de misión, que siempre suele estar en la frontera misma de la evangelización: al de los estudiantes (JEC), al de los obreros (JOC y HOAC), al de las personas con discapacidad (Frater), al de los profesionales (profesionales cristianos), al mundo rural (M. Rural Cristiano) y, por supuesto, a cualquier situación humana (A.C.General). Por eso, queridos militantes, es necesario que valoréis cada vez más que sois miembros de un movimiento que ha de saber sumar en la regeneración apostólica que está teniendo lugar en la Iglesia.

Y no puedo terminar sin recordar que en Pentecostés siempre sentimos la presencia de la Virgen María en el cenáculo ampliado al mundo entero, que hoy es la Santa Madre Iglesia. Necesitamos la maternidad de María para seguir haciendo el “camino” de renovación interior que comenzó en Pentecostés y que necesariamente nos lleva a todos al anuncio del Evangelio.

 Amadeo Rodríguez Magro, Obispo de Plasencia

´Fuente Eclesia Digital

Imagen cedida por Miajadas Líquiamente

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